11 de abril de 2018

¿Los Indecisos al Poder?



Se acerca nuevamente el tiempo electoral, aunque muchos puedan decir, seguramente con razón, que en Uruguay ese tiempo es siempre, y que la campaña para la próxima elección comienza cuando  se cierran  las urnas de la anterior.
Eso es especialmente notable cuando se ve el impacto mediático que en todo momento tienen las encuestas electorales  y su análisis. Más allá de que esas encuestas son, en el mejor de los casos, solo una fotografía del momento, su revisión en el tiempo permite identificar tendencias, que pueden ser significativas cuando la metodología de la encuesta se ha mantenido.
Dejando de lado las posiciones relativas de las intenciones de voto hacia los diferentes partidos, algunos de los cuales tienen porcentajes de participación dentro  del margen de error establecido en la ficha técnica de las encuestas; su revisión en el tiempo muestra en todas un notable el incremento del porcentaje de personas que no expresan una preferencia electoral o partidaria.
En algunas encuestas los  ”indecisos” se han multiplicado por 2.5 en los últimos 5 años convirtiéndose en la opción mayoritaria del electorado, por encima de cualquier partido político y alcanzando al 40% de los encuestados.
La historia nos muestra que llegada la elección,  en un país con larga tradición de partidos políticos fuertes y con voto obligatorio, los que finalmente anulan su voto o votan en blanco son un porcentaje menor que los que declaran eso en las encuestas, pero nunca se han registrado tan altos porcentajes de indefinición.
Dejando de lado que el descreimiento o la falta de confianza en las encuestas motiven a ocultar la preferencia, o que se dé el caso de un voto “vergonzante”  en que el votante siente vergüenza de su opción y no la expresa;  lo cierto es que en todos los estratos sociales y en todas las categorizaciones territoriales el porcentaje de “indecisos” se ha incrementado marcando una menor identificación partidaria.
Asumiendo que la metodología revisada de las encuestadoras, que ahora incluyen la telefonía celular, sea correcta y sus resultados representativos de la población, parte de este cambio puede  ser por la irrupción en el padrón electoral de más de 150.000 “post milennials”, la denominada generación “Z”,  que no tiene referentes propios en un sistema político todavía dominado por  ”Baby Boomers” con 60 años o más.
Otra razón que seguramente influye en el alto índice de indecisión y de no identificación político partidaria está en que más allá de lo anecdótico, el sistema político no tiene agenda de desarrollo. Ello aleja del sistema a los individuos que lo ven como algo ajeno, fuera del mundo real, en especial porque la inercia tiende a mantener una economía primarizada dominada por intereses empresariales, muchas veces multinacionales, que es incapaz de generar trabajo genuino para todos, siendo además “crédito dependiente”.
Eso termina alejando gente de la política y limitando la posibilidad de generación de opciones renovadoras en el sistema, el que las limita al auto reglamentar incluso la propaganda electoral de manera que favorece a las corrientes existentes sobre las que pudieran integrarse, especialmente por fuera de las actuales estructuras partidarias.
Esa situación potencia e incrementa otros ámbitos de participación ciudadana que se visualizan como más cercanos, porque impulsan intereses sectoriales, sin encuadrarlos  una estrategia de país.
Un poco como que a falta de dirección, sin un timonel que marque el curso, se genera la situación de sálvese quien pueda.
La obligatoriedad del voto hace que la reacción final al momento de votar impulse a  la elección del que se visualiza como el mal menor entre la limitada opción del menú electoral, en un último acto de fe hacia un sistema que aparece encerrado en sí mismo y que cada vez da menos respuestas.
Ese ”menú electoral” que se definirá  en las próximas elecciones internas donde el voto no es obligatorio y podría darse una baja participación.  
Ante esto, más allá de estirar esta agonía en base a una “legalidad” e “institucionalidad” que para mantenerse en el tiempo debieran ser más que el sostén de una estructura que se ve como lejana, es imprescindible involucrar realmente a los ciudadanos, no ya como meros “votantes” o ”militantes”, peones de los caudillos de turno, sino como participantes reales, ciudadanos en todo el significado de la palabra, orgullosos de este país y que entiendan que sus opiniones y acciones valen.
Ese es el desafío para el sistema político.

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