Se acerca
nuevamente el tiempo electoral, aunque muchos puedan decir, seguramente con
razón, que en Uruguay ese tiempo es siempre, y que la campaña para la próxima
elección comienza cuando se cierran las urnas de la anterior.
Eso es
especialmente notable cuando se ve el impacto mediático que en todo momento
tienen las encuestas electorales y su
análisis. Más allá de que esas encuestas son, en el mejor de los casos, solo
una fotografía del momento, su revisión en el tiempo permite identificar
tendencias, que pueden ser significativas cuando la metodología de la encuesta
se ha mantenido.
Dejando de
lado las posiciones relativas de las intenciones de voto hacia los diferentes
partidos, algunos de los cuales tienen porcentajes de participación dentro del margen de error establecido en la ficha
técnica de las encuestas; su revisión en el tiempo muestra en todas un notable
el incremento del porcentaje de personas que no expresan una preferencia
electoral o partidaria.
En algunas
encuestas los ”indecisos” se han
multiplicado por 2.5 en los últimos 5 años convirtiéndose en la opción
mayoritaria del electorado, por encima de cualquier partido político y
alcanzando al 40% de los encuestados.
La historia
nos muestra que llegada la elección, en
un país con larga tradición de partidos políticos fuertes y con voto
obligatorio, los que finalmente anulan su voto o votan en blanco son un
porcentaje menor que los que declaran eso en las encuestas, pero nunca se han
registrado tan altos porcentajes de indefinición.
Dejando de
lado que el descreimiento o la falta de confianza en las encuestas motiven a
ocultar la preferencia, o que se dé el caso de un voto “vergonzante” en que el votante siente vergüenza de su
opción y no la expresa; lo cierto es que
en todos los estratos sociales y en todas las categorizaciones territoriales el
porcentaje de “indecisos” se ha incrementado marcando una menor identificación
partidaria.
Asumiendo
que la metodología revisada de las encuestadoras, que ahora incluyen la
telefonía celular, sea correcta y sus resultados representativos de la
población, parte de este cambio puede
ser por la irrupción en el padrón electoral de más de 150.000 “post
milennials”, la denominada generación “Z”,
que no tiene referentes propios en un sistema político todavía dominado
por ”Baby Boomers” con 60 años o más.
Otra razón
que seguramente influye en el alto índice de indecisión y de no identificación
político partidaria está en que más allá de lo anecdótico, el sistema político
no tiene agenda de desarrollo. Ello aleja del sistema a los individuos que lo
ven como algo ajeno, fuera del mundo real, en especial porque la inercia tiende
a mantener una economía primarizada dominada por intereses empresariales,
muchas veces multinacionales, que es incapaz de generar trabajo genuino para
todos, siendo además “crédito dependiente”.
Eso termina
alejando gente de la política y limitando la posibilidad de generación de
opciones renovadoras en el sistema, el que las limita al auto reglamentar
incluso la propaganda electoral de manera que favorece a las corrientes
existentes sobre las que pudieran integrarse, especialmente por fuera de las
actuales estructuras partidarias.
Esa
situación potencia e incrementa otros ámbitos de participación ciudadana que se
visualizan como más cercanos, porque impulsan intereses sectoriales, sin
encuadrarlos una estrategia de país.
Un poco
como que a falta de dirección, sin un timonel que marque el curso, se genera la
situación de sálvese quien pueda.
La
obligatoriedad del voto hace que la reacción final al momento de votar impulse
a la elección del que se visualiza como
el mal menor entre la limitada opción del menú electoral, en un último acto de
fe hacia un sistema que aparece encerrado en sí mismo y que cada vez da menos
respuestas.
Ese ”menú
electoral” que se definirá en las
próximas elecciones internas donde el voto no es obligatorio y podría darse una
baja participación.
Ante esto,
más allá de estirar esta agonía en base a una “legalidad” e “institucionalidad”
que para mantenerse en el tiempo debieran ser más que el sostén de una
estructura que se ve como lejana, es imprescindible involucrar realmente a los
ciudadanos, no ya como meros “votantes” o ”militantes”, peones de los caudillos
de turno, sino como participantes reales, ciudadanos en todo el significado de
la palabra, orgullosos de este país y que entiendan que sus opiniones y
acciones valen.
Ese es el
desafío para el sistema político.
No hay comentarios:
Publicar un comentario