La propuesta de construir centrales termonucleares para la generación de energía eléctrica ha corrido como reguero de pólvora por toda América Latina impulsada por vientos del norte que han revivido, desde Méjico hasta Chile, pasando por El Salvador y Perú, la idea del modernismo nuclear de mediados del siglo pasado.
La razón detrás de esos emprendimientos cambia camaleónicamente de un país al otro atendiendo nacionalismos, temores de suministro u otras razones, haciendo bandera de su único y discutible argumento ambiental, de que en la operación de las plantas no se generan gases que colaboren con el efecto de invernadero.
Poco importan las necesidades locales, que deben ser relegadas, al tener que obligatoriamente servirse del limitado menú de equipos disponibles en el selecto club de proveedores de esta tecnologías, que no tienen modularidad ni un crecimiento incremental que pueda acompañar la evolución del mercado.
El gasto debe hacerse, el dinero como siempre provendrá de préstamos blandos, los que obligatoriamente deberán ser utilizados en el pago de los bienes en el país prestamista. Con ello el prestamista se asegura trabajo para sus ciudadanos, al tiempo obliga a que los mas preparados del país recipiente deban dejar su terruño, en busca de las oportunidades que la colonización económica les quita.
A fin de acallar las voces de disenso de algunos del sur se hará gran propaganda de los miles de trabajos que la construcción de esa planta traerá ocultando estratégicamente que su operación solo mantendrá trabajando a unos pocos.
Se indicará que a pesar de las subas de los últimos años el combustible nuclear sigue siendo barato y se evitará proyectar los costos a futuro. Se hablará sin vergüenza de la independencia energética, sin indicar que el combustible deberá ser importado quedando en el país a merced de aquellos con la tecnología para producirlo, esa que no está en venta.
Se cantarán loas a la vida útil de las centrales termonucleares y sobre esa duración se presentarán las amortizaciones de costos, sin jamás indicar que han sido muchos los casos en que las plantas deben dejar de funcionar a la mitad de su vida útil prevista o que el proceso de recertificado cuesta casi media planta, y es otra tajada para el país proveedor.
Al comentar de los residuos nucleares se minimizará su volumen y se anunciarán milagrosas tecnologías que en los próximos veinte años procesarán y harán valiosos los hoy incómodos desechos. Igual que hace 50 años.
Para espantar los fantasmas de Chernobyl, correrán río de tinta sobre las grades mejoras de seguridad de esa industria, y las mejoras de los “modernas” centrales termonucleares a pesar de que todos las actuales sistemas fueron básicamente diseñadas en la década del sesenta.
Y así finalmente, algún aciago día, posiblemente con algún pequeño aumento sobre el presupuesto original, la tecnología de calentar agua con elementos radiactivos quedará establecida para siempre en un nuevo rincón de nuestra América. Para siempre sí, porque el terreno que se use no tendrá nunca mas otro destino posible que el de servir para instalar una nueva central termonuclear, dejando al costado sellados en hormigón y acero los restos informes de la que fue reemplazada.
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